Honoré Daumier: o lo consecuente del arte.
En 1808 mientras la muerte recorría el celebre cuadro de Goya, “Los fusilamientos”, la vida se resistía con el nacimiento, en medio de la miseria, del gran grabador y pintor Honoré Daumier.
Hijo de un modesto vidriero, Honoré vivió una infancia reducida a las necesidades insatisfechas. El discurso de la burguesía ya generaba fisuras sociales, y la masa famélica de gentes sin empleos ni vivienda no solo transitaba por Marsella –ciudad de origen de Daumier- sino por las demás ciudades Europeas. Privado entonces de una educación acorde con su talento, Daumier viaja con su familia a la capital francesa, esperando mejorar su situación. Es allí, donde conoce al editor de la revista “Charivari”, el señor Charles Philipon. El inquieto Daumier cuenta con tan solo 23 años y sus mordaces litografias ya develan las contradicciones que el capitalismo encierra en su mortal danza. Pero el genio puro no se conforma con salir tímidamente en algunas caricaturas de la revista Charivari, y esa inconformidad debe ser valorada cuando Daumier preso de esa fiebre de creación, decide dedicarse por completo a la pintura. Con cuarenta años y en un sistema capitalista que ha vertido por completo el significado humano del arte, Daumier se ve obligado a volver a la revista y continuar con su modesta expresión de talento con las caricaturas. Este breve romance de Daumier con el óleo y el lienzo, no nos debe parecer como un desamor, por el contrario nos debe reflejar la grandeza de Daumier, que en unos pocos años, sentó un legado importante de crítica social desde las artes plásticas.
Su obra
Los críticos de arte y con ellos los comerciantes de arte, tienden a ver la “belleza” de una obra a través de la composición y las cuestiones que le surgen al artista. En la composición “observan con la experticia” necesaria el color de la obra, el ritmo que esta presenta y su textura. En las cuestiones que le surgen al artista, ellos “evalúan” la técnica, los materiales de la obra y su estilo. Sobra decir que a Daumier lo tenía sin cuidado que la crítica se mostrara benévola con él. La obra de Daumier es sucia, hecha con colores fríos, con la luz necesaria para avisar que sus personajes distinguen el día de la noche; y con la sombra suficiente para ocultar eso, que hasta para el peor de los voyeristas, resulta ser desagradable. Daumier además de contar con una técnica que sobrepasa los cánones burgueses de la estética, también se preocupo por mostrar esa composición social de su época. Uno de los personajes mas recurrentes en Daumier es “la lavandera”; mujer altiva, conocedora de su situación de clase y con la fuerza suficiente para transformarla. Además de “la lavandera”, Daumier nos muestra un hombre que hala con fuerza un barco. Figura que expresa la paradoja del trabajo que alguna vez convirtió al “mono en hombre” y ahora convierte al hombre en animal de carga. Esa crítica a la ergonomía que produce el trabajo bajo el manto del capitalismo, no es lo único que Daumier ve en su época, él también percibe una insurrección en potencia. Basta con ver “Wagon de tercera clase”, donde se muestra a los obreros regresar a sus casas “de alquiler barato”, una vez han dejado todas sus fuerzas en las fábricas. Sin embargo Daumier reconoce que la clase obrera es la destinada a llevar el control de la sociedad, es por ello que en medio del cansancio en sus rostros y la resequedad de sus manos, se gesta el más puro de los sentimientos revolucionarios: la solidaridad.
Pero es sin duda la figura del burgués, la que Daumier describió con mayor precisión. Con las piernas delgadas de no ejercitarlas yace sentado con un prominente abdomen y con su seño fruncido esperando dar una orden. Esa es la figura de burgués que Daumier le regala mundo. A veces se le puede ver fumando un tabaco, otras veces alimentándose –o mejor, siendo alimentado por la clase obrera-, pero siempre se le verá en su rostro la hipocresía, la corrupción y el tormento de no poder acumular mayor riqueza.
En “El motín”, Daumier advierte el crecimiento del germen revolucionario. Un heroico hombre joven, que levanta su brazo con vigor, mientras el cuerpo se inclina dándole fuerza no solo a la pintura, sino también a la multitud que desfila detrás de él. “La sopa” (tinta china y acuarela) es una hermosa obra donde un hogar compuesto por padre, madre y un menor, se alimentan en un minimalista espacio. Basta solo una mesa, dos platos, una vasija y un detalle en la pared, para que Daumier nos transporte a lo desolador de esta familia, para que nos haga sentir el calor y el sabor de esta sopa y el voraz apetito con que es llevada a la boca.
Más allá de su obra.
Las condiciones de época le impidieron a Daumier dedicarse por completo a la pintura, pero tal y como se mencionaba líneas arriba, Daumier uso la litografía para vengarse de aquellas clases dirigentes que marginaban no solo su espíritu, sino el de millones de hombres y mujeres en el mundo. Las mismas clases dirigentes que lo sometieron a medio año de prisión por caricaturizar al rey Luís Felipe. Aunque con el peso de la censura, los gravados de Daumier después de este incidente, jamás perdieron su fuerza critica que apuntaba con agudo tacto contra la injusticia humana personificada en jueces, abogados, prisiones. Contra la falsa democracia burguesa y contra la última consecuencia de estos males: la guerra.
Más allá de la obra de Daumier está la armonía entre crítica política y belleza artística. Como lo recuerda el filósofo de arte Walter Engel:
“Lo admirable es que este hombre desilusionado y defraudado por la vida no perdió en sus grabados la grandeza plástica, sino que, al contrario, se creó un estilo cada vez mas sencillo, mas pujante, mas conciso. Tan fuerte es el impulso creador del artista, que rompe los límites tradicionales de la caricatura –generalmente de efímera validez- y le otorga valores perdurables, estas hojas con su potente lenguaje universal, ya no son ilustraciones de episodios pasajeros, sino documentos humanos de actualidad ilimitada”
Que sea entonces este escrito, un pretexto para reconocer la existencia de un tipo de arte que tiene la capacidad de develar las contradicciones sociales y de liberar a los espíritus cautivos por el dios del mercado.